martes, 4 de noviembre de 2008

Dias de Recuerdo

Por alguna extraña razón el agua despertó hoy paralizada. Al abrir la llave de la regadera con la firme determinación de que el vital líquido me cubriera las ideas; curiosamente en su vez y de dentro de la tubería solo salió el rechinar oxidado que produce el vacío enclaustrado. No me sorprendí, de pronto a semejante hora por la mañana es difícil que algo me sorprenda. No obstante, cuando el ruido terminó de esparcirse hacia todas partes y perderse en la lejanía, un pequeño pico color marrón se asomó por la obscura circunferencia. Poco a poco y ante mi mirada somnolienta fue apareciendo una gran ave. Fue mostrando su colosal plumaje, una a una, con todas sus alas viniendo a chorros. Cuando terminó de descubrir ante mis ojos la majestuosidad de su figura; se posó sobre mi hombro encajándome en la piel desnuda y seca sus afiladas garras. Somnoliento aún y contemplando las cosas con esa mirada difusa que produce la luz del día que comienza, fue apretándome hacia sí con una fuerza brutal. Transcurrieron así algunos minutos ante mi pasividad involuntaria. Tampoco me tomó por sorpresa (pues ya lo esperaba) cuando sus uñas se afianzaron aún más profundo hasta romperme un hueso, y de pronto sin mayor aviso que una sacudida violenta que surtió en mi la sensación real de estar cayendo en peso hacia el cielo, el enorme águila emprendió el vuelo, y sujetándome aún con suficiente fuerza me paseó por lo alto exhibiéndome como a su presa.