Me encuentro sentado en el mismo café de paredes viejas y tonos pardos, tratando de dirigir mi pensamiento sobre cualquier otra cosa que no sea en el complicado artefacto explosivo que traigo conmigo oculto en el portafolio de piel italiana. El zipper no funcionó muy bien a la mera hora de cerrarlo con prisa; y ahora la sola idea de ser descubierto por algún empleado, que pudiera percatarse del intrincado nudo de cables a través de la abertura, me tiene nervioso. Me han servido mi espresso bien caliente y ahora intento distraerme. Intento concentrarme en los varios y variados diálogos circundantes pertenecientes a la demás clientela.
A mi lado izquierdo, un grupo de mujeres jóvenes sentadas sobre dos sofás (dos frente a las otras dos) hablan sobre el desgraciado aquel que bailó con todas por separado durante la misma noche, y no se dignó siquiera a pedirle el teléfono a ninguna de las cuatro.
- ¿Pues que se cree el tipo? – Argumentan. Y dan una serie de fundamentos sacados de alguna revista de muchachitas tontas, que finalmente termino por comprender la falta de interés de aquel acomedido bailarín; que aún sin conocerlo, ya me provoca una cierta empatía.
Justo detrás de ellas en la mesa del fondo, dos hombres se encuentran planeando lo que parece ser el negocio de sus vidas. Tal vez me encuentre ahora siendo testigo del nacimiento del revolucionario concepto de franquicias, donde te van a vender rosquillas y muffins con forma de tuercas y tornillos, que salen horneados al minuto por un fogón mágico que digitalmente traza los diseños sobre la masa de harina cubierta de los colores más variados y sabores exquisitos.
Sorbo mi café y parece ser que es lo único que vale la pena en éste lugar. Me acuerdo que el explosivo sigue atento dentro del portafolio esperando la orden de estallar y voltear el lugar al revés.
Justo frente a mi se encuentran dos novios tomando té helado. No hablan, y por lo visto ella parece bastante enfadada. ¿Lo habrá sorprendido con otra al regresar a casa más temprano que de costumbre? Si bien es sabido mi amigo que las enfermeras (porque ella viste de enfermera) no tienen hora fija ni de entrada ni de salida. Ahora le haz dado el mejor pretexto para que siga viéndose con aquel médico del hospital donde trabaja, que al principio, meses atrás, empezó a pretenderla y ella lo ignoraba; pero que a decir por sus ojos de hoy, se encuentra ahora ella planeando su primer encuentro a solas, y ya solo le falta por definir donde esconder la licencia para matar que tú mismo le compraste junto con su vaso de té gourmet.
- Debería ahora de ir al baño y fijar aquel letrero donde cuidadosamente redacté mi última voluntad. La placa es de acero incorruptible y las letras fueron hechas con pintura especial para que el fuego y el calor no pudieran consumir el mensaje. Serán los policías y bomberos los primeros en leerlo; y más tarde, serán todos los periódicos y noticiarios nocturnos los que den cuenta de aquel acontecimiento perpetuado por un “loco” (así me llamarán seguro estoy de ello) que se prendió fuego en un café de la ciudad, junto con una veintena de personas que se encontraban presentes, y luego leerán mi nombre y lo que el mensaje contiene.
Lo único que me inquieta ahora (y ya no tanto el nerviosismo de ser descubierto) es que imaginaba que mis victimas fueran un tanto diferentes. Las imaginaba merecedoras del acto supremo del cual serán a la vez testigos y actores en escasos minutos. Esperaba algo así como personas con aspiraciones mayores a las que cualquier otro pudiera tener. ¡Genios! ¡Eso es lo que me gustaría rescatar junto conmigo! No estaría nada mal que dentro de los presentes se encontrara un inventor, un científico, algún guía espiritual o de siquiera un pintor lo suficientemente bueno. ¿Sería mucho pedir que aquí mismo, justo en éste lugar, algún director de algo que valiera la pena estuviera aquí tomando un café americano mientras lee el periódico, o un músico con buenas letras afinando su guitarra mientras toma tranquilamente un capuchino? ¿Dónde están los grandes escritores? ¿Los profetas? ¡¿Los artistas?!
Sucede en cambio a mí alrededor el colmo. A dos mesas una chiquilla como de quince años le explica a su “amiguito” que cuando se pinte sombra en los párpados y se delineé los ojos, debe hacerlo de manera tenue pero firme, para lograr que resalte así todo el rostro – y sus rasgos de mariconcito - completo mentalmente la frase -.
Ni la idea original, ni el precioso artefacto tan artesanalmente labrado y ni la piel de ovino italiano del portafolio merecen perecer de forma tan leve. Esperar una llamada telefónica, muffins calientes sobre la mesa, tener por novia una enfermera neurótica, el affaire con un médico, o inclusive las tendencias puestas al revés…eso cualquier necio lo tiene.
Me termino de un sorbo mi café y acto seguido me levanto de mi asiento. Tomo con mi mano izquierda el sombrero y con la derecha el portafolio negro. Decidí a última hora no saltar en pedazos junto con el resto de mis contemporáneos. Sea ésta pues…mi última voluntad.
martes, 28 de julio de 2009
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