
Continué caminando y acto seguido abrí la reja y así la dejé. Con el nostálgico anhelo tal vez esperaba que alguien viniera a visitarme o ya de perdida a preguntarme si ya habíamos vendido la semana en Mazatlán del condominio que anunciamos en el periódico.
Lo primero que observé después de empujar la puerta principal, fue el color de lo solitario que se ha vuelto todo últimamente. Al abrir la puerta del refrigerador confirme lo caro que se ha vuelto todo y sobre todo últimamente.
…Y me quedó tiempo para pensar un rato, ahí, echado en el sillón y con el TV apagado. Sin dormir, cerré los ojos y me quité los zapatos sin ni siquiera fijarme si mis pies aún contaban cada uno con sus cinco respectivos dedos. Me sumergí en una especie de transe y de pronto a lo lejos, vinieron a mi las conversaciones que alguna vez se tuvieron en mi sala. Eran sus ecos de risas y voces los que sutilmente arrullaban mi estado, y recordé de pronto a mi hermano tiempo antes de que se casara para irse a vivir lejos. Luego, a mis otros hermanos los escuché corriendo con la pelota por toda la casa. También la voz de mi madre leyéndonos el Selecciones de “Readers Digest”; y a su vez claramente percibí el sonido del llavero de mi padre abriendo la puerta como cuando lo esperaba ansioso para darle un fuerte abrazo y recibir de él uno de esos chocolates americanos que acostumbraba traer a casa todos los viernes dentro de un sobre color manila tamaño oficio.
…Y pues en eso estaba, cuando de pronto el pinche perro comenzó a ladrar a madre en el patio!...Mientras yo viajaba acompañado de un cuarteto de cuerda el murmullo delicado de mis nostalgias y recuerdos; el muy listo no percibió otra cosa, más que mi presencia en la casa.
Con el fastidio cansado me puse de pie, y fue ahí donde el frío del piso me recordó que estaba descalzo y que todavía tenía dedos. Abrí esta vez la puerta que da hacia el árbol de siete metros que tenemos en el patio…y ahí estaba el güey (o el perro que para éste caso es el mismo sujeto) con sus orejas paradas y atentas y su cabeza ladeada.
Ni siquiera me dejó terminar de dar el segundo paso hacia fuera, cuando sus más de 25 kilos se abalanzaron contra mí para luego empezar a morderme la chamarra y lamerme con su enorme lengua los brazos y cara.
…Nunca he entendido porque me hace tanta fiesta cuando me ve llegar o escucha que estoy cerca de su perímetro auditivo. Comida tiene de sobra. Agua limpia en dos baldes y lo llevo a caminar tres veces por semana…Se me ocurre que el muy ingenuo ha de creer que allá en el mundo exterior del que vengo, de seres humanos pensantes y cuerdos, valoramos la lealtad y el afecto de la misma manera que él lo hace.