Cuando todo pase y nos quede solamente el silencio, imagino tu mirada de ojos grandes suspendida en el espacio. Tu boca pronunciando mi nombre así de claro como haces al nombrarme, y yo con el mismo asombro de siempre, como si no fuera a mí a quien tu voz alcanza.
Espero y mis ideas ya para entonces hayan terminado de aterrizar y no tenga que decirte con mucho lo que para mi resulta tan obvio y absurdo; todo de pronto y al mismo tiempo. Pienso que en ese instante interpretarás por mis gestos lo difícil que me resulta ser yo con todos; incluso conmigo mismo pero más contigo cuando estas de frente.
Cuando todo pase y nos quede solamente el recuerdo, imagino tu boca dejando de pronto caer mi nombre sobre el suelo rompiéndolo en mil pedazos.
Me besarás ¿o no?, al principio tu labio en el mío, húmedo y abierto, todo el beso, todo tu beso robado; más solo el primero; ya los que siguen van por mi cuenta y de común acuerdo. Incluso sí resulta resultando que de pronto tú de vuelta los reclamas; también de común acuerdo los devuelvo dentro de dos maletas con tiliches y envueltos para llevar.
Eso sí, del primero, ese si que no lo entrego ni de vuelta, ni de ida, ni venida. ¡Tampoco te lo rindo!…no lo rento, ni lo presto en garantía; y ni que decir de prestártelo para que lo pongas un domingo por la tarde en una vitrina para exhibirlo junto a recuerdos viejos y tristes.
¡Ese beso es mío! y lo he robado con el precio del frío, de la espera, del tejer con palabritas mis desvelos. Cuando menos lo pensé ya lo llevaba dentro del bolsillo del pantalón y con la etiqueta todavía puesta. Si hasta para robar se necesita clase y una cierta inmunidad al vértigo; resistencia, más que cualquier cosa, a la palidez del mismo cuento.