
Me tiene a mi, tanto el ave como la tarde, para suscitar en este idioma que conozco la descripción del engalanado suceso; tan sencillo y lleno de materia y forma, como todo lo que realmente importa.
Alzó sus alas y emprendió el vuelo desde lejos. Quizá fue sobre la azotea de una casa donde dos amantes cenaban sus historias diarias. Quizá lo hizo desde el pórtico de algún lugar oscuro el cual todo el mundo olvidó de pronto visitar. Tal vez fue desde un parque donde con las horas ya cansadas los niños jugaban con pelotas y bicicletas.
Ciertamente, fue en algún lugar distante, cuando el ave decidiera resuelta a volver al nido, donde simplemente le aguardan sus crías en la espera de cualquier cosa menos valiosa que la certeza que le brinda el progenitor adulto, ¿macho? ¿hembra?, a su retorno.
Pausada y con el cuerpo en lo alto, atravesó el cielo ante mi vista interesada observándola trasladarse hacia ninguna parte.
Ahora queda el cielo solo y sin el ave y con sus nubes enmarcadas por tonos tristes y cobrizos. El sol se ha puesto y la noche con sus primeras estrellas, ¡excelsos histriones!, dejan asomar en su primer acto lo que pronto se convertirá en su habitual puesta teatral adornada con su disfraz de terciopelo.
Quedo yo sentado sobre la silla de madera, preguntándome, sí es que soy merecedor de contemplar aquel espectáculo sin haber realizado algún tipo de pago por evento.
Ahora pienso que debe necesariamente existir alguien más, del otro lado de la barda de adobe, que habrá observado exactamente lo mismo que yo; más se encuentra justamente ahora describiendo en su libreta un mejor significado.