martes, 25 de agosto de 2009

La Verdadera Constante

Siempre he creído en la uniformidad de las cosas. Considero que los matices originales de cuanto existe en el mundo son de una esencia sencilla y única. Todo aquello que denominamos bello, es copia fiel de ‘patrones’ existentes ideados desde la creación del universo; de carácter superior e inmutable, que sencillamente van reproduciéndose constantemente a través del tiempo y dentro de todos los siglos.
Tal vez ésta idea tenga mucho de lo ya antes estructurado por Platón al principio del VII libro de “La República” en su famosa “Alegoría de la Caverna”. Aquí, el autor sitúa a su maestro Sócrates dialogando con otro interlocutor (me parece que su nombre era Glaucón) y le expone en éste relato la circunstancia de hombres que se hayan dentro de una caverna subterránea y que se encuentran ahí desde que eran niños. Con cepos en el cuello y en las piernas sin poder moverse ni mirar en otra dirección sino hacia delante, observan todo lo proyectado en sombras sobre un muro, a modo de pantalla, que se ubica frente a ellos. Lejos y en lo alto, detrás de sus espaldas arde una luz de fuego, y en el espacio intermedio entre el fuego y los prisioneros, asciende un camino, a lo largo del cual se levantas estatuas y otras figuras de animales en piedra o madera y artículos fabricados de todas las especies. Los prisioneros, solo puede ver las sombras al frente, de lo que pasa detrás de ellos. Mas tarde, Sócrates expone que un prisionero logra escapar dándose cuenta que lo que para ellos es la “realidad”, no es más que la sombra de imágenes “hechizas” que son avanzadas a sus espaldas; e inclusive ni siquiera éstas, son la realidad en sí; sino copias de una verdad superior que se encuentra fuera de la caverna.
Viene de igual forma a mi mente el concepto del “Eterno Retorno”, mismo que tomando ventaja de la figura Platónica evocada con anterioridad, vendría a ser algo así como la hipótesis que asegura que aquellas sombras se proyectan o repiten en las mentes de los hombres de todos los tiempos en un círculo infinito; sin un significado único, mas que el que tenga en su esencia la primera instancia o suceso con carácter original. Después de dicho esto de manera pública, no me sorprendería recibir el decreto de excomunión ‘A divinis’ clavado en mi puerta por semejante postura herética.
Estaba viendo aquella foto donde vas subiendo la pirámide. Vas con tu sonrisa clara, como si supieras a donde te diriges. ¿Sabes a caso que aquí arriba se encuentra la piedra tallada con la figura del rey Pakal siendo entronizado por su madre ya muerta? Luces tan segura y detrás de ti, los templos mayas y espacios ceremoniales prehispánicos, te sirven de excusa para lucir en completa armonía con el paisaje y bella. Mientras avanzas, yo te observo desde la cumbre, y mi mente que suele estar divagando por todas partes, imagina a una hermosa doncella paseándose por los pasillos y habitaciones del templo principal muchos siglos atrás.
Después de algunas deducciones, termino por creer que no ha de haber sido ella muy distinta a ti. Evoco el canon supremo de los rasgos bien delineados y simétricos, la figura equilibrada de la silueta femenina y la mirada penetrante de un par de ojos cafés de mujer.
Seguramente el ‘patrón’ que sirve como molde con el que se elaboran mujeres bellas no ha variado mucho en miles de años transcurridos. Y mientras estas por llegar a mis brazos después de la agotadora caminata concluyo, que eres justamente la versión exacta que debía de estar a mi lado…Y yo, que resulto una transgresión a la norma de los patrones universales estéticos, no me queda más que sonreír pensando que de igual forma, muchas mañanas atrás, existió aquel hombre que suspiró de contento durante el siglo I al verte subir por la misma escalinata.