La oficina del patrón es su despacho privado. Se guarda bajo llave y solo él tiene la contraseña para entrar en ese mundo tan lleno de él y de sus cosas, bajo llave, donde todo lo privado se guarda de empleados curiosos.
Muy bajo llave...pero ni así se guarda del polvo y del tiempo, que hoy mi rostro me confirmó que por muy guardado, de cualquier modo aquel lo toca…poco a poco… y a todos en diferentes posturas sin que de ello demos cuenta oportuna.
Me imagino que lo que el ingeniero esconde dentro de su privado ha de ser igual de común que lo que yo guardo bajo el cajón de mi cama: Papeles (sobre todo) con anotaciones al derecho y al reverso y manchones diversos en tintas de colores. También algo de música vieja, de esa que ya nadie oye, y un que otro folleto con dibujos expresionistas y siluetas encantadas de logotipos mal pensados.
Pienso ahora en su rostro estupefacto cuando por la mañana el patrón vuelva a su despacho y encuentre todo consumido por el incendio de anoche que destrozó la oficina y llegó hasta el estacionamiento subterráneo. ¡Cara de asomo, lo imagino!...y después seguido de la segura pregunta del ¿Cómo que hasta aquí las llamas causaron estragos?
…Muy seguros, muy seguros, por la vida vamos como si a nosotros el vaivén cotidiano junto con el constante roce de ésto que llamamos vida no fuera a tocarnos, así de pronto, por el simple y llano hecho de vivir siempre con los cerrojos puestos y eso sí…muy bajo llave.
martes, 23 de diciembre de 2008
lunes, 15 de diciembre de 2008
Socarrón
Una vocecita de esas que tienen voz de arrullo con acento claro y dicción pausada, me llamó el otro día, susurrando quedamente a mi oído distraído: “socarrón”.
La realidad de las cosas es que me han colgado toda clase de adjetivos y éste último no me sorprende, ni mucho menos me ofende; a su pesar de su pronunciación ruidosa, dudosa procedencia, paladar dolorido y etimología complicada.
Ya con la duda acuestas, pregunté por calles y a través de las ventanas de las casas puestas a los lados, sin que nadie proporcionara la adecuada y final respuesta. Sin conseguir un buen traductor (porque para casos como éste vaya que sí lo necesito); pregunté después de una larga caminata a una viejecita que vendía semillas recién tostadas frente a la catedral; pues asumí que por su edad conocería unas mil y un palabras más que yo; y sin duda el significado de ésta que tanto me inquietaba.
- Un socarrón no se come, - me dijo.- Es un burlón sin dinero y poco efectivo en los bolsillos.
Yo de mi me burlo cada vez que el humo del cigarro me maquilla y contamina mis pulmones. Me río frente al espejo al constatar que los años pasan y me encuentro diferente que cuando era feliz, y sobre todo, una carcajada silenciosa se me escapa cuando descubro que son otras cosas menos importantes las que de pronto más me inquietan.
- Irónico.- Me dijo el que me boleaba los zapatos. Prometo que ya ni pensaba preguntarle; ¡de verdad! pero su frente amplia y tez tan clara como el carbón me sugirieron continuar con mi estudio de campo. Creo y hubiese sido mejor no hacerlo; su respuesta espontánea venida a mi en su voz aguardentosa y disonante me sugirió de pronto que sabía mas de la gente por conocer a la gente a través de sus zapatos, incluso más que la viejecita que traía encima todos los años justos de que se fundara la catedral.
Ya de paso, con la conciencia sucia y los zapatos eso si muy limpios y brillosos, creí encontrar la respuesta dentro de un diccionario que tomé prestado de una de las repisas de la librería de la esquina.
Socarrón.- Que obra con socarronería.
¡Gran fiasco! ¿Qué no se supone que el Gran Diccionario de la Lengua Española sostiene en su lomo todas las palabras inventadas que nos heredaron los hombres barbados desde antaño?
Ya con las ideas volátiles hice lo más astuto que alguien en mi lugar hubiera hecho en un problema similar: Busqué el significado de “Socarronería”. Para mi ya esperada sorpresa me encontré el siguiente texto: - “De socarrón”.
Ya con las manos vacías y con el pesimismo contrariado entre tristeza y alegría; decidí juntar a la “ironía” que se “burla” de sí misma y sentarlas a la mesa para que terminaran de limar sus asperezas y finalmente ponerlas de acuerdo; con el objetivo claro de que pudieran explicarme que es lo que yo mismo era. Y ya después de invitarles un café y un pan de dulce a cada una (creo que la “ironía” pidió su café con bastante leche que parecía avena y estaba frío por demás; irónico, ¿no?); decidieron convocar a la “astucia” como mediadora en su argumento y después de unas tres horas me llamaron a su mesa para comunicarme el veredicto:
- ¡Socarrón! Me dijeron las tres juntas y al unísono. – Es todo aquel que actúa con astucia y disimulo acompañados de una burla encubierta.
La realidad de las cosas es que me han colgado toda clase de adjetivos y éste último no me sorprende, ni mucho menos me ofende; a su pesar de su pronunciación ruidosa, dudosa procedencia, paladar dolorido y etimología complicada.
Ya con la duda acuestas, pregunté por calles y a través de las ventanas de las casas puestas a los lados, sin que nadie proporcionara la adecuada y final respuesta. Sin conseguir un buen traductor (porque para casos como éste vaya que sí lo necesito); pregunté después de una larga caminata a una viejecita que vendía semillas recién tostadas frente a la catedral; pues asumí que por su edad conocería unas mil y un palabras más que yo; y sin duda el significado de ésta que tanto me inquietaba.
- Un socarrón no se come, - me dijo.- Es un burlón sin dinero y poco efectivo en los bolsillos.
Yo de mi me burlo cada vez que el humo del cigarro me maquilla y contamina mis pulmones. Me río frente al espejo al constatar que los años pasan y me encuentro diferente que cuando era feliz, y sobre todo, una carcajada silenciosa se me escapa cuando descubro que son otras cosas menos importantes las que de pronto más me inquietan.
- Irónico.- Me dijo el que me boleaba los zapatos. Prometo que ya ni pensaba preguntarle; ¡de verdad! pero su frente amplia y tez tan clara como el carbón me sugirieron continuar con mi estudio de campo. Creo y hubiese sido mejor no hacerlo; su respuesta espontánea venida a mi en su voz aguardentosa y disonante me sugirió de pronto que sabía mas de la gente por conocer a la gente a través de sus zapatos, incluso más que la viejecita que traía encima todos los años justos de que se fundara la catedral.
Ya de paso, con la conciencia sucia y los zapatos eso si muy limpios y brillosos, creí encontrar la respuesta dentro de un diccionario que tomé prestado de una de las repisas de la librería de la esquina.
Socarrón.- Que obra con socarronería.
¡Gran fiasco! ¿Qué no se supone que el Gran Diccionario de la Lengua Española sostiene en su lomo todas las palabras inventadas que nos heredaron los hombres barbados desde antaño?
Ya con las ideas volátiles hice lo más astuto que alguien en mi lugar hubiera hecho en un problema similar: Busqué el significado de “Socarronería”. Para mi ya esperada sorpresa me encontré el siguiente texto: - “De socarrón”.
Ya con las manos vacías y con el pesimismo contrariado entre tristeza y alegría; decidí juntar a la “ironía” que se “burla” de sí misma y sentarlas a la mesa para que terminaran de limar sus asperezas y finalmente ponerlas de acuerdo; con el objetivo claro de que pudieran explicarme que es lo que yo mismo era. Y ya después de invitarles un café y un pan de dulce a cada una (creo que la “ironía” pidió su café con bastante leche que parecía avena y estaba frío por demás; irónico, ¿no?); decidieron convocar a la “astucia” como mediadora en su argumento y después de unas tres horas me llamaron a su mesa para comunicarme el veredicto:
- ¡Socarrón! Me dijeron las tres juntas y al unísono. – Es todo aquel que actúa con astucia y disimulo acompañados de una burla encubierta.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Plagiario
Cuando todo pase y nos quede solamente el silencio, imagino tu mirada de ojos grandes suspendida en el espacio. Tu boca pronunciando mi nombre así de claro como haces al nombrarme, y yo con el mismo asombro de siempre, como si no fuera a mí a quien tu voz alcanza.
Espero y mis ideas ya para entonces hayan terminado de aterrizar y no tenga que decirte con mucho lo que para mi resulta tan obvio y absurdo; todo de pronto y al mismo tiempo. Pienso que en ese instante interpretarás por mis gestos lo difícil que me resulta ser yo con todos; incluso conmigo mismo pero más contigo cuando estas de frente.
Cuando todo pase y nos quede solamente el recuerdo, imagino tu boca dejando de pronto caer mi nombre sobre el suelo rompiéndolo en mil pedazos.
Me besarás ¿o no?, al principio tu labio en el mío, húmedo y abierto, todo el beso, todo tu beso robado; más solo el primero; ya los que siguen van por mi cuenta y de común acuerdo. Incluso sí resulta resultando que de pronto tú de vuelta los reclamas; también de común acuerdo los devuelvo dentro de dos maletas con tiliches y envueltos para llevar.
Eso sí, del primero, ese si que no lo entrego ni de vuelta, ni de ida, ni venida. ¡Tampoco te lo rindo!…no lo rento, ni lo presto en garantía; y ni que decir de prestártelo para que lo pongas un domingo por la tarde en una vitrina para exhibirlo junto a recuerdos viejos y tristes.
¡Ese beso es mío! y lo he robado con el precio del frío, de la espera, del tejer con palabritas mis desvelos. Cuando menos lo pensé ya lo llevaba dentro del bolsillo del pantalón y con la etiqueta todavía puesta. Si hasta para robar se necesita clase y una cierta inmunidad al vértigo; resistencia, más que cualquier cosa, a la palidez del mismo cuento.
Espero y mis ideas ya para entonces hayan terminado de aterrizar y no tenga que decirte con mucho lo que para mi resulta tan obvio y absurdo; todo de pronto y al mismo tiempo. Pienso que en ese instante interpretarás por mis gestos lo difícil que me resulta ser yo con todos; incluso conmigo mismo pero más contigo cuando estas de frente.
Cuando todo pase y nos quede solamente el recuerdo, imagino tu boca dejando de pronto caer mi nombre sobre el suelo rompiéndolo en mil pedazos.
Me besarás ¿o no?, al principio tu labio en el mío, húmedo y abierto, todo el beso, todo tu beso robado; más solo el primero; ya los que siguen van por mi cuenta y de común acuerdo. Incluso sí resulta resultando que de pronto tú de vuelta los reclamas; también de común acuerdo los devuelvo dentro de dos maletas con tiliches y envueltos para llevar.
Eso sí, del primero, ese si que no lo entrego ni de vuelta, ni de ida, ni venida. ¡Tampoco te lo rindo!…no lo rento, ni lo presto en garantía; y ni que decir de prestártelo para que lo pongas un domingo por la tarde en una vitrina para exhibirlo junto a recuerdos viejos y tristes.
¡Ese beso es mío! y lo he robado con el precio del frío, de la espera, del tejer con palabritas mis desvelos. Cuando menos lo pensé ya lo llevaba dentro del bolsillo del pantalón y con la etiqueta todavía puesta. Si hasta para robar se necesita clase y una cierta inmunidad al vértigo; resistencia, más que cualquier cosa, a la palidez del mismo cuento.
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