miércoles, 30 de diciembre de 2009

Café-Nostalgia

Sobre el asiento aquel aún te miro, con la seguridad esa que llevas, resuelta a transformarte en lo que fuera para satisfacer tu esencia, de mujer, y tomar por sorpresa mi mundo.

Sobre mi pantalón más claro que el que ahora llevo, me limpio disimuladamente el sudor de las palmas sin que te des cuenta… ¡y es que así soy! aventurado a escribir de todo aquello sobre lo que no quiero.

Seguramente distinta eres ahora, no mucho que has de serlo…si bien me he convencido que no tienes que ser como yo, siempre cambiante. ¿Qué necesariamente es algo inusual el querer lo mismo, aún bajo circunstancias diferentes?

La atmósfera del cafecito aquel es aquí la misma…de esa que te hace verlo todo con nostalgia, donde la pupila se contrae y el recuerdo lo va dilatando todo.
La noche es igual de obscura que entonces, con las pequeñas lucecitas amarillas y rojas de los autos que pasan viniendo y alejándose en todas direcciones, e igual de fría como en la cual me instale cómodamente aquella vez para decirte por primera vez que te quiero; y repentinamente, dos pequeños barquitos de papel con nuestros nombres pintados en las proas aparecieron navegando a lo largo y ancho del mar de la mesa entre las dos tasas.

Viéndolo con la sobriedad debida, me doy cuenta ahora que incluso la ventana da hacía la misma avenida triste, impostada, implantada de un solo golpe sobre esta tierra, donde absolutamente nada nos pertenece.

Mis ropas lavadas en escocés; la uña de mi índice izquierdo amarillenta de cigarro; la sombra ceniza bajo mis ojos buscando entre las letras lo que tus labios no dicen; y al final, el rescoldo de ti se vuelve tan real y presente.

Debajo de tus pies las cosas continúan girando sobre su mismo eje, y en mi, aún se siente el calor de tu mano sobre la mía, los dos parados bajo el umbral milenario mirando las estrellas; desde donde no nos dejamos caer, por el brillo de tus ojos, por el quererte suspendida eternamente en mis brazos.

Si fuera ahora ciego, engañaría al tiempo en la memoria para saberme justamente donde te recuerdo.
Si fuera sordo, sonaría en mi mente nada más que aquella cancioncita argentina que tanto me gusta donde se proyecta nuestra vida.

Y si de suponer tratamos, y ese ayer fuera hoy…el último sorbo de café me sabría a ti.

martes, 3 de noviembre de 2009

Cartas Sobre La Mesa

Estimado señor Enrique Krauze:

Primero que nada, permítame felicitarle por la revista mensual Letras Libres, misma que usted tiene a bien dirigir con sustentable éxito. Soy lector leal de dicha publicación desde hace varios años y encuentro en ella una fascinación enriquecedora en el que hacer literario y cultural de nuestro tiempo.

En éste contexto, me he dado a la tarea de leer cuidadosamente su aportación del mes de Octubre, que lleva por título: “Gabriel García Márquez: A la sombra del patriarca”. Como asiduo seguidor del Premio Nobel Colombiano (1982), a quien considero uno de los escritores vivos más importantes, encuentro fascinante el artículo presentado por usted, donde aborda desde una óptica muy particular e interesante la vida y obra de tan connotado autor. Así mismo, el magistral análisis que usted lleva a cabo sobre la biografía realizada por el profesor Gerald Martin (Gabriel García Márquez / A Life) en definitiva le imprime valor a la que usted refiere como la biografía “oficial” o “tolerada” del escritor de Aracataca.

No obstante, en su referencia al altercado entre Prudencio Aguilar con el fundador de Macondo (quien muere solo, atado a un árbol), usted ha escrito que se trataba de Aureliano Buendía (Letras Libres / Octubre 2009 / p. 16 / 2do párrafo); cuando en realidad se esta refiriendo a José Arcadio Buendía. Es José Arcadio (esposo de Ursula Iguarán), y no Aureliano, quien arrojara la lanza “con la fuerza de un toro” y le atraviesa la garganta a Prudencio Aguilar, dándole muerte, y viéndose luego en la imperiosa necesidad de huir de Riohacha y del fantasma del gallero muerto.

Con el tan intrincado árbol genealógico de los Buendía, lleno de Arcadios y Aurelianos por todas partes (tan sólo al coronel Buendía se le juntaron 17 hijos, llevando todos el “Aureliano” por nombre), resulta innegable que se cumple el propósito del autor de Cien Años de Soledad de no hacer tan sencilla la relación entre personajes, tiempos y nombres propios. Yo mismo he tenido que recurrir al esquema genealógico expuesto en la reciente edición conmemorativa de tan ilustre novela, para no caer en la usual confusión mientras redactaba el presente texto.




jueves, 22 de octubre de 2009

Recapitulación

Iba a empezarte igual que siempre. Sentado a la mesa, con un ansia voraz por devorarte de a poco y en mi mente, hasta que mis dientes comenzaran a molerte los huesos, a tronarlos contra el paladar, contra toda esperanza, contra la idea misma del hábito que callas, que suena, firme, como campana, como cristal que cae en mil pedazos, tal vez más, todos al mismo tiempo.

Pero no. Hoy te empiezo de forma distinta a la habitual. Había incluso puesto los cubiertos nuevos sobre la mesa y el delantal escarlata, ya percudido por el tedio y con esa mancha de vino tinto que jamás pudimos quitar. Compré el diario Londinense para la sobre mesa y el disco de John Lee Hooker con su género único de blues para ambientar la noche para sí decides quedarte.

Sentado en la silla de cuatro patas, yo, acomodado a todo, a la vida, a la añoranza, a la muerte y a la desesperanza; decidí de pronto empezar a comerte de forma diferente. Recuerda que no tengo hábitos sanos ni he aprendido a reír ni a conversar con nadie. Soy un poco de todo, mezcla de aquí y de allá, de cobre, estaño, roca y marfil…no soy de una sola pieza; y considero que es mejor tomar un poco más del ‘allá’ que hay en mi, para que me sepas múltiple, disímil, casi igual que como si fueras de ‘aquí’.

He olvidado que no tengo postre. ¿Quizá acordamos que tú lo traerías? No lo recuerdo. Tal vez de camino pases a la repostería y recojas un pastel pequeño, para pocas personas, para ti y para mí. ¿No sé si te dije de cual trajeras? El de naranja realmente nunca me ha gustado tanto y sabes que prefiero los sabores fuertes, obscuros y opacos, chocolate envinado sería excelente opción para acompañar con crema irlandesa.

Y es que sobre el tema de asimilarte de forma distinta, me resulta arduo contener mi afán por desmembrar la historia en solo dos tiempos, y el dulce sabor de la aflicción empuña tan solo una tajada de lo tuyo y tan solo mil tajadas de lo mío.

¿Y si te encontraras inapetente? Porque no por el hecho de tratarse de ti, implica necesariamente que te apetezca probarte. ¿Y si mejor lo dejamos para después? Ya en repetidas ocasiones me haz aplazado sin más ni más, cuyo hecho tampoco implica que yo te guarde antipatía; que más daría entonces, aplazarte a ti otro tanto.

¡Pero sí cuando menos recordaras el pastel! Siempre haz conocido mi gusto por lo dulce, y si tú no gustas comes entonces poco y lo demás lo guardamos para mí, para después, en la nevera.

Algo se me ocurrirá para prepararte, mientras tú te alista y llamas a la puerta. Te he dicho que soy un poco de todo, y considero que de ir en un barco pirata, me daría igual ir en la escotilla, en la proa o en la popa. Recargado en la armadura o en la aleta, a estribor o a babor. Tratándose de ti, lo mismo me daría ser el cocinero o el capitán…o quizá ¿porqué descartarlo? ser el prisionero apuntalado en fila por la espalda, parado sobre la tabla y a punto de ser arrojado por la borda. Ser yo, a quien consecuentemente, algo o alguien, lo devora.

viernes, 2 de octubre de 2009

Pasmo

Apenas llegó a la esquina y desapareció súbitamente. Giró a la derecha, donde cruzan General Bonetti y Carrizales, por el lado de la enredadera con flores opacas que crecen pegadas a la pared descalada. Fue justo al pasar de frente a la tienda donde venden orquídeas, cuando la primera lágrima resbaló de forma involuntaria partiendo su mejilla derecha en dos partes asimétricas. Las que siguieron después, lo hicieron descendiendo de a poco, en un inicio, hasta convertirse en un caudaloso llanto que le acompañó a lo largo de toda la noche.

Aquella extraña sonrisa le había parecido en un inicio más interesante de lo que verdaderamente era. Con el tiempo, ella fue descubriendo que él era un caribe como cualquier otro; muy del mar, muy de los suyos. Se volvió costumbre de cada sábado esperarle y verle, al cinco para la una, bajo el domo de la estación estática. Lo cierto es que ella le aguardaba desde una hora antes. Conforme las manecillas del reloj iban posicionándose en forma de “V”, la quietud de todos los momentos se iban transformando juntos en una nerviosa cuenta de sumas y restas de constantes minutos vivos, vivos y muertos.

El le había comprado la semana pasada un bouquet de margaritas, envueltas en papel blanco y con un listón azul anudado al frente. No eran margaritas de ella ¿Qué estoy diciendo? ¡Sí que lo eran! de las que ella vendía junto a revistas, periódicos y dulces en la sala central de la estación número cuatro del tren que va hasta Kurkubé; más por cinco monedas, aquellas pequeñitas flores del color de la luz habían pasado a ser ahora de él y seguramente de otra.

A ella de él solo le pertenecían la intranquilidad de toda espera y el gozo que poco duraba de verle pasear, ir y venir, a lo largo y ancho de la estación, mientras él aguardaba por el siguiente tren. De ella eran sus periódicos que muy de madrugada recogía en el centro. De ella también eran sus flores y sus dulces; pero de un modo tan efímero y leve, como le era la existencia misma.

Bastaba solamente que alguien más quisiera todo su mundo y estuviera dispuesto a arrebatárselo de golpe, o poco a poco, tras el justo pago del precio al cual diariamente lo ofertaba todo y se quedaba con nada. Tenía el pago, en cambio, para comprar más y más de lo mismo y reconstruir su pequeño mundo lleno de sus flores, sus diarios e instantes tan distantes y ajenos que cada día se ponían en venta: Sus desvelos, el pasear por las calles solitarias bajo la penumbra del día que amanece, bajo la lluvia, en bicicleta con la pila de periódicos sobre la canastilla por la ciudad encharcada, el atado de revistas, el bulto de flores.

¡Era su vida la que ofertaba!, y la dejaba toda a cambio de plata para comprarse su vida de nuevo y de vuelta, de mano en mano, su vida acuosa que se le derramaba toda bajo el paso de la coladera. ¡La sola idea le asqueaba! y era por eso que ahora lloraba…había empezado, a llorar, desde la noche temprana, cuando entendió de cierto que el ejercicio de constante ‘compra-venta’ era algo más que un simple mal negocio que apenas si le daba para comer; sino que se traba de la entrega interminable, como en un círculo, de pequeños trozos de su ser mal barateados a los peores postores que apenas sí le miraban a los ojos por su paso.

Con la brisa de madrugada acariciando su rostro, supuso entre sollozos que era ya muy tarde para reponerse. Pensó también que el tratar de rectificar el rumbo, después de tantos años de juventud desperdiciada, sería una tarea tan inservible como flor marchita o nota de ocho columnas de cualquier periódico con vieja fecha.

Decidió entonces imaginarlo de nuevo…con su olor a mar, con sus flores sostenidas en su mano derecha, bajo la lluvia, y con la pequeña maleta tratando de cubrirse del agua salada que brotaba del cielo como de llanto. Recordó luego el olor del puerto, y lo imaginó ahora a él esperando, llamando bajo la lluvia a la puerta de quien finalmente habrían de pertenecerle, por antonomasia, sus margaritas.

martes, 25 de agosto de 2009

La Verdadera Constante

Siempre he creído en la uniformidad de las cosas. Considero que los matices originales de cuanto existe en el mundo son de una esencia sencilla y única. Todo aquello que denominamos bello, es copia fiel de ‘patrones’ existentes ideados desde la creación del universo; de carácter superior e inmutable, que sencillamente van reproduciéndose constantemente a través del tiempo y dentro de todos los siglos.
Tal vez ésta idea tenga mucho de lo ya antes estructurado por Platón al principio del VII libro de “La República” en su famosa “Alegoría de la Caverna”. Aquí, el autor sitúa a su maestro Sócrates dialogando con otro interlocutor (me parece que su nombre era Glaucón) y le expone en éste relato la circunstancia de hombres que se hayan dentro de una caverna subterránea y que se encuentran ahí desde que eran niños. Con cepos en el cuello y en las piernas sin poder moverse ni mirar en otra dirección sino hacia delante, observan todo lo proyectado en sombras sobre un muro, a modo de pantalla, que se ubica frente a ellos. Lejos y en lo alto, detrás de sus espaldas arde una luz de fuego, y en el espacio intermedio entre el fuego y los prisioneros, asciende un camino, a lo largo del cual se levantas estatuas y otras figuras de animales en piedra o madera y artículos fabricados de todas las especies. Los prisioneros, solo puede ver las sombras al frente, de lo que pasa detrás de ellos. Mas tarde, Sócrates expone que un prisionero logra escapar dándose cuenta que lo que para ellos es la “realidad”, no es más que la sombra de imágenes “hechizas” que son avanzadas a sus espaldas; e inclusive ni siquiera éstas, son la realidad en sí; sino copias de una verdad superior que se encuentra fuera de la caverna.
Viene de igual forma a mi mente el concepto del “Eterno Retorno”, mismo que tomando ventaja de la figura Platónica evocada con anterioridad, vendría a ser algo así como la hipótesis que asegura que aquellas sombras se proyectan o repiten en las mentes de los hombres de todos los tiempos en un círculo infinito; sin un significado único, mas que el que tenga en su esencia la primera instancia o suceso con carácter original. Después de dicho esto de manera pública, no me sorprendería recibir el decreto de excomunión ‘A divinis’ clavado en mi puerta por semejante postura herética.
Estaba viendo aquella foto donde vas subiendo la pirámide. Vas con tu sonrisa clara, como si supieras a donde te diriges. ¿Sabes a caso que aquí arriba se encuentra la piedra tallada con la figura del rey Pakal siendo entronizado por su madre ya muerta? Luces tan segura y detrás de ti, los templos mayas y espacios ceremoniales prehispánicos, te sirven de excusa para lucir en completa armonía con el paisaje y bella. Mientras avanzas, yo te observo desde la cumbre, y mi mente que suele estar divagando por todas partes, imagina a una hermosa doncella paseándose por los pasillos y habitaciones del templo principal muchos siglos atrás.
Después de algunas deducciones, termino por creer que no ha de haber sido ella muy distinta a ti. Evoco el canon supremo de los rasgos bien delineados y simétricos, la figura equilibrada de la silueta femenina y la mirada penetrante de un par de ojos cafés de mujer.
Seguramente el ‘patrón’ que sirve como molde con el que se elaboran mujeres bellas no ha variado mucho en miles de años transcurridos. Y mientras estas por llegar a mis brazos después de la agotadora caminata concluyo, que eres justamente la versión exacta que debía de estar a mi lado…Y yo, que resulto una transgresión a la norma de los patrones universales estéticos, no me queda más que sonreír pensando que de igual forma, muchas mañanas atrás, existió aquel hombre que suspiró de contento durante el siglo I al verte subir por la misma escalinata.

martes, 28 de julio de 2009

Mi Ultima Voluntad

Me encuentro sentado en el mismo café de paredes viejas y tonos pardos, tratando de dirigir mi pensamiento sobre cualquier otra cosa que no sea en el complicado artefacto explosivo que traigo conmigo oculto en el portafolio de piel italiana. El zipper no funcionó muy bien a la mera hora de cerrarlo con prisa; y ahora la sola idea de ser descubierto por algún empleado, que pudiera percatarse del intrincado nudo de cables a través de la abertura, me tiene nervioso. Me han servido mi espresso bien caliente y ahora intento distraerme. Intento concentrarme en los varios y variados diálogos circundantes pertenecientes a la demás clientela.

A mi lado izquierdo, un grupo de mujeres jóvenes sentadas sobre dos sofás (dos frente a las otras dos) hablan sobre el desgraciado aquel que bailó con todas por separado durante la misma noche, y no se dignó siquiera a pedirle el teléfono a ninguna de las cuatro.
- ¿Pues que se cree el tipo? – Argumentan. Y dan una serie de fundamentos sacados de alguna revista de muchachitas tontas, que finalmente termino por comprender la falta de interés de aquel acomedido bailarín; que aún sin conocerlo, ya me provoca una cierta empatía.

Justo detrás de ellas en la mesa del fondo, dos hombres se encuentran planeando lo que parece ser el negocio de sus vidas. Tal vez me encuentre ahora siendo testigo del nacimiento del revolucionario concepto de franquicias, donde te van a vender rosquillas y muffins con forma de tuercas y tornillos, que salen horneados al minuto por un fogón mágico que digitalmente traza los diseños sobre la masa de harina cubierta de los colores más variados y sabores exquisitos.

Sorbo mi café y parece ser que es lo único que vale la pena en éste lugar. Me acuerdo que el explosivo sigue atento dentro del portafolio esperando la orden de estallar y voltear el lugar al revés.

Justo frente a mi se encuentran dos novios tomando té helado. No hablan, y por lo visto ella parece bastante enfadada. ¿Lo habrá sorprendido con otra al regresar a casa más temprano que de costumbre? Si bien es sabido mi amigo que las enfermeras (porque ella viste de enfermera) no tienen hora fija ni de entrada ni de salida. Ahora le haz dado el mejor pretexto para que siga viéndose con aquel médico del hospital donde trabaja, que al principio, meses atrás, empezó a pretenderla y ella lo ignoraba; pero que a decir por sus ojos de hoy, se encuentra ahora ella planeando su primer encuentro a solas, y ya solo le falta por definir donde esconder la licencia para matar que tú mismo le compraste junto con su vaso de té gourmet.

- Debería ahora de ir al baño y fijar aquel letrero donde cuidadosamente redacté mi última voluntad. La placa es de acero incorruptible y las letras fueron hechas con pintura especial para que el fuego y el calor no pudieran consumir el mensaje. Serán los policías y bomberos los primeros en leerlo; y más tarde, serán todos los periódicos y noticiarios nocturnos los que den cuenta de aquel acontecimiento perpetuado por un “loco” (así me llamarán seguro estoy de ello) que se prendió fuego en un café de la ciudad, junto con una veintena de personas que se encontraban presentes, y luego leerán mi nombre y lo que el mensaje contiene.
Lo único que me inquieta ahora (y ya no tanto el nerviosismo de ser descubierto) es que imaginaba que mis victimas fueran un tanto diferentes. Las imaginaba merecedoras del acto supremo del cual serán a la vez testigos y actores en escasos minutos. Esperaba algo así como personas con aspiraciones mayores a las que cualquier otro pudiera tener. ¡Genios! ¡Eso es lo que me gustaría rescatar junto conmigo! No estaría nada mal que dentro de los presentes se encontrara un inventor, un científico, algún guía espiritual o de siquiera un pintor lo suficientemente bueno. ¿Sería mucho pedir que aquí mismo, justo en éste lugar, algún director de algo que valiera la pena estuviera aquí tomando un café americano mientras lee el periódico, o un músico con buenas letras afinando su guitarra mientras toma tranquilamente un capuchino? ¿Dónde están los grandes escritores? ¿Los profetas? ¡¿Los artistas?!

Sucede en cambio a mí alrededor el colmo. A dos mesas una chiquilla como de quince años le explica a su “amiguito” que cuando se pinte sombra en los párpados y se delineé los ojos, debe hacerlo de manera tenue pero firme, para lograr que resalte así todo el rostro – y sus rasgos de mariconcito - completo mentalmente la frase -.

Ni la idea original, ni el precioso artefacto tan artesanalmente labrado y ni la piel de ovino italiano del portafolio merecen perecer de forma tan leve. Esperar una llamada telefónica, muffins calientes sobre la mesa, tener por novia una enfermera neurótica, el affaire con un médico, o inclusive las tendencias puestas al revés…eso cualquier necio lo tiene.

Me termino de un sorbo mi café y acto seguido me levanto de mi asiento. Tomo con mi mano izquierda el sombrero y con la derecha el portafolio negro. Decidí a última hora no saltar en pedazos junto con el resto de mis contemporáneos. Sea ésta pues…mi última voluntad.

jueves, 23 de julio de 2009

Black Bird

El ave vuela silenciosa por la tarde. Su vuelo garabateado y bello rompe el viento que rodea su torneada figura. Se desenvuelve magistralmente a través del cielo, sin que exista quien se percate de su espectacular tarea.
Me tiene a mi, tanto el ave como la tarde, para suscitar en este idioma que conozco la descripción del engalanado suceso; tan sencillo y lleno de materia y forma, como todo lo que realmente importa.
Alzó sus alas y emprendió el vuelo desde lejos. Quizá fue sobre la azotea de una casa donde dos amantes cenaban sus historias diarias. Quizá lo hizo desde el pórtico de algún lugar oscuro el cual todo el mundo olvidó de pronto visitar. Tal vez fue desde un parque donde con las horas ya cansadas los niños jugaban con pelotas y bicicletas.
Ciertamente, fue en algún lugar distante, cuando el ave decidiera resuelta a volver al nido, donde simplemente le aguardan sus crías en la espera de cualquier cosa menos valiosa que la certeza que le brinda el progenitor adulto, ¿macho? ¿hembra?, a su retorno.
Pausada y con el cuerpo en lo alto, atravesó el cielo ante mi vista interesada observándola trasladarse hacia ninguna parte.
Ahora queda el cielo solo y sin el ave y con sus nubes enmarcadas por tonos tristes y cobrizos. El sol se ha puesto y la noche con sus primeras estrellas, ¡excelsos histriones!, dejan asomar en su primer acto lo que pronto se convertirá en su habitual puesta teatral adornada con su disfraz de terciopelo.
Quedo yo sentado sobre la silla de madera, preguntándome, sí es que soy merecedor de contemplar aquel espectáculo sin haber realizado algún tipo de pago por evento.
Ahora pienso que debe necesariamente existir alguien más, del otro lado de la barda de adobe, que habrá observado exactamente lo mismo que yo; más se encuentra justamente ahora describiendo en su libreta un mejor significado.

domingo, 5 de julio de 2009

Recado Electoral

Hoy no fue un domingo como cualquier otro. Algunos salimos a la calle para hacernos oír a pesar del ruido del tráfico y del nublado engañoso de Julio que hace sentir el sol ardiente sobre la mollera.
Es un día de elecciones federales donde algunos aún se dan el gusto de acariciar el utópico sueño de que realmente se puede elegir como se quiere vivir en éste país plagado de injusticias, sin valores, corrupción, narcotráfico, muerte y destrucción.
En días como éstos, 3 de cada 10 (el otro que también asistió anuló su voto) le dan permiso a unos mequetrefes para que hagan con nuestros impuestos y nuestro país por los próximos tres años lo que les venga en gana.
En la mañana llamó una tal M. buscando a la señora de la casa. ¿A quién se le ocurre llamar en domingo por la mañana y preguntar por alguien que efectivamente sí existe y que sí vive en ésa casa?
Yo pensaba que las llamadas matutinas de domingo eran solo para hacer bromas, decir alguna cosa tonta y colgar de pronto; o ya de plano preguntar cualquier estupidez, pedirle prestada la hermana a alguien...que se yo?!?! O ya de plano en último caso dar aviso de una verdadera emergencia.
La señora de la casa no estaba en casa de momento. Le dije a la tal M. que la señora no se encontraba que si deseaba dejar algún recado. Se decidió por la negativa y amenazó con telefonear mas tarde y ver si corría (ella claro) con mejor suerte.
Yo por mi parte, ya despierto, me puse a leer un rato a Borges (¡Que genio!) y me metí como a las dos horas a la regadera. Ya estaba a punto de salir de casa recién bañado cuando sonó el teléfono por segunda ocasión.
Era M. de nueva cuenta. Como ya me encontraba dispuesto a entrar en circulación no me molestó el escuchar su voz aplastada y disnonate. La señora de la casa aún no regresaba y de mejor gana me dediqué a repetirle lo que ya le había dicho antes: Que si quería dejar algún recado para cuando ella volviera.
Más que el hecho de que me despertara el teléfono un domingo por la mañana, o el triste hecho de ya no poder conciliar el sueño y tener que iniciar el día mucho más temprano que de lo que acostumbro en fin de semana; lo que sí me hizo emperrar fue cuando a mi oido se clavaron, una a una, las palabras justificando el motivo de las dos llamadas:
“Que si le avisa a la señora, de parte de la jefa de la oficina donde labora M. (y jefa de la señora de la casa también) que no se le olvide ir a votar”.
Me disponía a escribirlo en un papelito pero como ahora sí ya me habían hecho enojar en serio, opté mejor por poner a trabajar a mi memoria de domingo (total!...si ya me habían levantado y mortificado lo que quedaba de mi fin de semana, pues ya no nomas yo solito me amolaba).
Se necesita ser bastante inocentón (por no decir más feo) para no entender las subliminales y nada apropiadas intenciones de tan ilegítimo “recordatorio” (Sabiendo que tanto M. como la señora de la casa trabajan en una dependencia pública).
Por mi parte y ya otra vez de mal humor, terminé de ponerme la bota en el pie derecho y salí a sumarme a los que ye andaban en domingo temprano fuera de casa.
Pasé, como entre queriendo y no, por donde sé que cada domingo igual a éste se instala la casilla donde me toca ir a sufragar.
Despues de que revisaron que él de la foto seguia siendo yo y que mi nombre (para mi suerte) continuaba siendo el mismo en el que más bien parecía un album familiar; me decidí a última hora (ya dentro de la casita blanca y de cartón) a siempre si darle el día libre a mi memoria (pues si es domingo chingao!), y a olvidar el recado del que era yo heraldo.
Ya entrados en tanta intimidad me dieron ganas de escribir, tanto que me quejo de que no tengo tiempo para hacerlo; no podía dejar ir aquel momento de soledad e intimidad con uno mismo.
Como convenientemente me dotaron de papel y lápiz (que más bien era un 'crayón' sin punta todo gacho), a los que les dejé el recadito fue a otros (y no precisamente a la señora de la casa).
Como envuelto en una tranquilidad liberadora y ya con mi dedo muy pintado, fuí a comprar unos cigarros y me regalarón un café en el Oxxo por haber cumplido cabalmente con mi deber ciudadano. Más tarde también me regalaron una rebanada de pastel de chocolate en el restaurante de siempre.
¡Esto de tomar recados inoportunos en domingo no resultó tan malo después de todo!


viernes, 19 de junio de 2009

Cuando Cantas

Te escribo poco, que te sueño…eso si que lo hago. Como el péndulo de la idea tuya en mi mente se ajetrea y vierte. Como vino…vino a mí el olor fuerte, a campo, como uva de montaña que se añeja junta, toda ella (todas ellas sí son varias y variadas) las ideas del sabor que golpea mi paladar con el gusto de tu intenso beso.
Te miro y veo que por más que lo intente todo, en ti caigo preso al momento, a tu tacto, de tus gestos irrepetibles que gestas cada tarde de domingo mientras cantas.
Como eres te asemejas a una flor magistralmente colocada en las montañas. Y es justo ahí donde te meces, te equilibras toda tú y a todos nosotros - mi alter ego - durante las últimas horas con tu estancia pausada y serena.
De tú extrañarte sí se fija la mirada lejos desde un segundo piso de una parroquia poco visitada. ¡Cantas! mientras yo busco tu esencia en las cosas tú cantas…y yo…mirando desde lo alto los tres nidos de paloma apostados bajo los grandes ventanales de la iglesia me pongo simplemente a escucharte e intento interpretar que cosa me habrá querido decir Dios con el húmedo sabor de tus labios.