Hoy no fue un domingo como cualquier otro. Algunos salimos a la calle para hacernos oír a pesar del ruido del tráfico y del nublado engañoso de Julio que hace sentir el sol ardiente sobre la mollera.
Es un día de elecciones federales donde algunos aún se dan el gusto de acariciar el utópico sueño de que realmente se puede elegir como se quiere vivir en éste país plagado de injusticias, sin valores, corrupción, narcotráfico, muerte y destrucción.
En días como éstos, 3 de cada 10 (el otro que también asistió anuló su voto) le dan permiso a unos mequetrefes para que hagan con nuestros impuestos y nuestro país por los próximos tres años lo que les venga en gana.
En la mañana llamó una tal M. buscando a la señora de la casa. ¿A quién se le ocurre llamar en domingo por la mañana y preguntar por alguien que efectivamente sí existe y que sí vive en ésa casa?
Yo pensaba que las llamadas matutinas de domingo eran solo para hacer bromas, decir alguna cosa tonta y colgar de pronto; o ya de plano preguntar cualquier estupidez, pedirle prestada la hermana a alguien...que se yo?!?! O ya de plano en último caso dar aviso de una verdadera emergencia.
La señora de la casa no estaba en casa de momento. Le dije a la tal M. que la señora no se encontraba que si deseaba dejar algún recado. Se decidió por la negativa y amenazó con telefonear mas tarde y ver si corría (ella claro) con mejor suerte.
Yo por mi parte, ya despierto, me puse a leer un rato a Borges (¡Que genio!) y me metí como a las dos horas a la regadera. Ya estaba a punto de salir de casa recién bañado cuando sonó el teléfono por segunda ocasión.
Era M. de nueva cuenta. Como ya me encontraba dispuesto a entrar en circulación no me molestó el escuchar su voz aplastada y disnonate. La señora de la casa aún no regresaba y de mejor gana me dediqué a repetirle lo que ya le había dicho antes: Que si quería dejar algún recado para cuando ella volviera.
Más que el hecho de que me despertara el teléfono un domingo por la mañana, o el triste hecho de ya no poder conciliar el sueño y tener que iniciar el día mucho más temprano que de lo que acostumbro en fin de semana; lo que sí me hizo emperrar fue cuando a mi oido se clavaron, una a una, las palabras justificando el motivo de las dos llamadas:
“Que si le avisa a la señora, de parte de la jefa de la oficina donde labora M. (y jefa de la señora de la casa también) que no se le olvide ir a votar”.
Me disponía a escribirlo en un papelito pero como ahora sí ya me habían hecho enojar en serio, opté mejor por poner a trabajar a mi memoria de domingo (total!...si ya me habían levantado y mortificado lo que quedaba de mi fin de semana, pues ya no nomas yo solito me amolaba).
Se necesita ser bastante inocentón (por no decir más feo) para no entender las subliminales y nada apropiadas intenciones de tan ilegítimo “recordatorio” (Sabiendo que tanto M. como la señora de la casa trabajan en una dependencia pública).
Por mi parte y ya otra vez de mal humor, terminé de ponerme la bota en el pie derecho y salí a sumarme a los que ye andaban en domingo temprano fuera de casa.
Pasé, como entre queriendo y no, por donde sé que cada domingo igual a éste se instala la casilla donde me toca ir a sufragar.
Despues de que revisaron que él de la foto seguia siendo yo y que mi nombre (para mi suerte) continuaba siendo el mismo en el que más bien parecía un album familiar; me decidí a última hora (ya dentro de la casita blanca y de cartón) a siempre si darle el día libre a mi memoria (pues si es domingo chingao!), y a olvidar el recado del que era yo heraldo.
Ya entrados en tanta intimidad me dieron ganas de escribir, tanto que me quejo de que no tengo tiempo para hacerlo; no podía dejar ir aquel momento de soledad e intimidad con uno mismo.
Como convenientemente me dotaron de papel y lápiz (que más bien era un 'crayón' sin punta todo gacho), a los que les dejé el recadito fue a otros (y no precisamente a la señora de la casa).
Como envuelto en una tranquilidad liberadora y ya con mi dedo muy pintado, fuí a comprar unos cigarros y me regalarón un café en el Oxxo por haber cumplido cabalmente con mi deber ciudadano. Más tarde también me regalaron una rebanada de pastel de chocolate en el restaurante de siempre.
¡Esto de tomar recados inoportunos en domingo no resultó tan malo después de todo!